15/3/09

Confesiones del moro

Me equivoqué. Hasta ahí no tengo empacho en aceptar mi culpa. Está bien que mi sospecha fuera infundada, y que los celos me cegaron... Está bien que ella, no entendía por qué la castigaba. Pero no estuve del todo mal. No me arrepiento de haberla matado, sino de matarla por la razón equivocada. Cuando todo se supo y caí en cuenta de que fuera de mí, había asesinado a la bella mujer que más me ha amado, la culpa, por un momento, comenzó a devorar mi corazón... Llevé el pañuelo hasta mi cara como si se tratara de la suave piel de mi inocente víctima. Lo olí una vez más para fijar el blanco olor de Desdémona en mi mente. Me dí cuenta de todo en ese instante. Merecía morir, y mi venganza se justificaba. ¡Maldita perra! Le había pedido ya, un millón de veces que dejara de ponerle a la ropa suavizante marca libre.

13/3/09

El grito

Grité con todas mis fuerzas. Con mi estómago, apretando los esfínteres, poniéndome morado. Grité desesperado, acusando al mundo de cruel y a mi torturadora de inhumana. Dejé salir la voz de un dolor profundo, del desamparo, desde el fondo de la sospecha de que nadie en este mundo me ayudaría, de que estaba solo y de que así sería para siempre. Mi grito circunstancial se convirtió en uno existencial que hizo eco en las paredes de mi prisión. Supe, se me reveló la naturaleza de mi destino, cuando la puerta se abrió ligeramente, la mano hermosa y distante de mamá apagó la luz, y desapareció otra vez, con el sonido que sellaba mi cárcel hasta el día siguiente.

ambigüedades

- ¡Sal! - Gritó, con una voz toda orden y urgencia. Corrí, frenético, tome el salero grande, regresé a dárselo, y entonces comprendí, fatídicamente, que no era eso lo que quería. Estúpido lenguaje, de lo que uno se entera por sus ambiguedades.

6/3/09

Mala suerte

Cuando ella recibió la sal, directamente de mis labios, supe que algo terrible iba a ocurrir.

Habla un ahogado

Vine buscando la palabra "muerte".

En lugar de su nada oscura
hallé agua amándose a sí misma,
cantos de luz delgada
golpeando el ardor de los colores,
bocas de sal y piedra.

Sin descanso,
como los peces,
bailo silencio.

5/3/09

De herejías

Dijo: “No hay palabra que valga.”
“No hay palabra que no valga”, respondí.
Era cuestión de prejuicios. “¡Hereje!” exclamó, “¡Válgame la palabra!”